Cuando Franco «fusiló» a Clarín
Un historiador catalán dedica un capítulo de su tesis doctoral sobre la represión franquista a las purgas en la Universidad de Oviedo y la ejecución del rector Alas Jaume Claret, un historiador de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona,ha estudiado en su tesis doctoral la represión que sufrió la Universidad de Oviedo tras el alzamiento y los primeros años del régimen de Franco. El estudio documenta con detalle el asesinato del rector Leopoldo Alas Argüelles, la purga contra un destacado grupo de docentes y el colaboracionismo (o el silencio cómplice) de muchos compañeros de los represaliados con el nuevo régimen. Oviedo, Rafael SARRALDE
Un historiador catalán, Jaume Claret, ha buceado en las procelosas aguas de la represión franquista en la universidad española entre 1936 y 1945. El investigador, que ahora se encuentra en Canadá preparando la edición de un libro sobre su tesis doctoral, documenta con profusión de detalles cómo se fue construyendo la estructura represora que supuso el acta de defunción académica de centenares de profesores desafectos al nuevo régimen y que en el caso de la Universidad de Oviedo estuvo teñida de la sangre del rector Leopoldo Alas Argüelles.
Alas Argüelles y el rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila Hernández -uno de los alumnos favoritos de Miguel de Unamuno, el rector que hubo de escuchar en Salamanca aquel histórico grito («muera la inteligencia») de Millán Astray, tres meses después del alzamiento-, fueron los únicos rectores en ejercicio fusilados durante la guerra civil.
Claret dedica un capítulo de su estudio a las purgas en la Universidad de Oviedo. Para documentarse, el historiador ha tenido que rastrear en diversos archivos de Madrid, ya que en Oviedo prácticamente todos los documentos quedaron arrasados en el incendio de octubre de 1934.
Tal y como recuerda Claret, ninguno de los expedientes conservados relata el acontecimiento «más impactante y sangrante» en relación con la Universidad de Oviedo: el asesinato de Leopoldo Alas. Como si fuera una premonición, el propio catedrático de Derecho llegó a declarar en enero de 1936: «Sin tener afecto al cargo, no quisiera dejarlo por excitaciones del momento ni por causas ajenas a la universidad».
Después de una «parodia de juicio», fue fusilado en Oviedo el 16 de febrero de 1937, víspera de la segunda ofensiva republicana sobre Oviedo. Claret refuerza la tesis de otro investigador, Francisco Galera, sobre la verdadera causa de su muerte: el rector no pagaba por su ideología de izquierdas, sino por ser hijo de Leopoldo Alas, «Clarín», el autor de «La Regenta». De hecho, la violencia desencadenada tras el estallido de la guerra civil permitió «una expresión pública contundente del odio de las clases dominantes ovetenses contra Clarín en la figura de su hijo».
¿Cuál fue la respuesta de la comunidad universitaria? El silencio sepulcral. Claret recuerda que ninguno de sus antiguos compañeros de claustro ni de junta de gobierno denunció el asesinato de Alas Argüelles, a pesar de que un año antes lo calificaban de «rector irreprochable» y le expresaban todo su apoyo a raíz de los incidentes producidos durante una huelga en Derecho, en la que muchos estudiantes «adoptaron actitudes de insolencia y le faltaron al respeto».
Tiempo de silencio, pues. Y de traiciones, según Claret. La Universidad retrasó todo lo que pudo la tramitación de la solicitud de la viuda de Alas, en nombre de sus hijas menores de edad, para que le fueran abonados los haberes devengados a su marido desde julio de 1936 a febrero de 1937.
La figura de Alas Argüelles no sería reivindicada hasta octubre de 1967 por el regidor Luis María Fernández Canteli. Poco después, el 25 de abril de 1968, el Ayuntamiento inauguraba la rehabilitación de la estatua de Clarín en el Campo de San Francisco. «Todo esto traería una nueva polémica a la ciudad y, de hecho, las autoridades municipales habían intentado ahorrársela ofreciendo, a finales de abril de 1962, el busto a la Universidad», señala el estudio.
Pero más allá del asesinato de Alas Argüelles, la represión afectó a muchos otros docentes a partir de la ruptura del asedio de la ciudad el 17 de octubre de 1936 por parte de las tropas de Franco.
Ya el 21 de diciembre el presidente de la Comisión Depuradora del Personal Universitario, Arturo de Gregorio Rocasolano, proponía la suspensión de los catedráticos Benito Álvarez-Buylla Lozano, Ramón Prieto Bances, Alfredo Mendizábal Villalba, Antonio Polo Díez y Emilio González López. Finalmente, los sancionados serían siete, ya que se sumarían los catedráticos Carlos del Fresno y Pérez del Villar y Teodoro González García. El proceso de depuración, a juicio del historiador, se limitaba a dar barniz administrativo a una represión decidida de antemano.
Papel de protagonista
El rector accidental y decano de Derecho Isaac Galcerán «tendría un papel principal en la represión» a través de la ratificación de las acusaciones y la incorporación de nuevos cargos. Los escritos vinculaban políticamente a los imputados, en mayor o menor grado, con la izquierda.
Como «izquierdistas» y «extremistas» fueron calificados Antonio Polo Díez, de Derecho Mercantil, Emilio González López, de Derecho Penal, y Benito Álvarez-Buylla, de Química. Dentro de la categoría de «acomodaticio» y «expectante» fueron encasillados Carlos del Fresno y Pérez del Villar, de Química, Teodoro González García, de Derecho Político, y Ramón Prieto Bances, de Historia del Derecho.
Este último merecería los juicios más severos: «En Oviedo figuró como hombre de derechas y buen católico; sin embargo, a partir de 1934, en que fija su residencia en Madrid con motivo de su nombramiento de subsecretario de Instrucción Pública y más tarde de ministro, se le ve desorientado y bastante ligado a las figuras representativas de la Institución Libre de Enseñanza (...). No dará buen ejemplo por su conducta versátil y acomodaticia».
Caso aparte es el del jurista Mendizábal y Villalba, considerado contrario al Movimiento por permanecer en el extranjero. Además, se le acusa de ausentarse a menudo de la cátedra y se le define como «terco y tenaz, católico pero de los que discuten hasta al Sumo Pontífice y de ideas demócratas avanzadas contrarias al fascismo italiano y hitleriano».
Según la tesis doctoral, el rector Galcerán no se limitaba a la función de transmisor, sino que ratificaba las acusaciones y añadía nuevos cargos. Por ejemplo, su opinión resultó decisiva en la inhabilitación definitiva del catedrático Benito Álvarez-Buylla el 24 de septiembre de 1937.
Por otra parte, el asedio militar republicano de catorce meses sobre Oviedo marcó de forma directa la vida académica en la ciudad: «El asedio provoca el aislamiento de la Universidad respecto de su propio distrito y del resto de España durante meses, pero al ser liberada se plantea la necesidad de reconstruir unas instalaciones absolutamente arrasadas -tres años después de la revolución de octubre de 1934- en un momento de replanteamiento del centro que podría comportar su eliminación».
Sin embargo, la Universidad de Oviedo pudo salvar el tipo y se convirtió en uno de los símbolos de respuesta tenaz a los cañones rojos. Al ser liberada la Universidad, el nuevo rector dedicó la principal partida presupuestaria, prevista para la adquisición de libros, a la compra de crucifijos y retratos del general Franco en todas las aulas.
*Fuente: La Nueva España, 1 de mayo de 2005
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