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Vencedoras del olvido

• Los restos de las primeras madres de la plaza de Mayo ya descansan en la iglesia donde fueron secuestradas en Argentina
• Los forenses identificaron los cadáveres hace dos meses

ABEL GILBERT
BUENOS AIRES

Ahora sí, las primeras madres de Mayo están en paz.
María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga ya descansan en el jardín de la iglesia de Santa Cruz de Buenos Aires, el mismo lugar donde iniciaron la búsqueda de sus hijos secuestrados por la última dictadura militar argentina. Sus restos, recientemente identificados junto con los de la fundadora de la agrupación Madres de la Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, fueron allí enterrados el domingo pasado. Ese día, la iglesia estuvo llena como nunca. Una misa se encargó de recordarlas junto a las madres que siguen en pie.

La ceremonia
"Luchadoras, no pudieron vencer a la muerte, pero eran tan obstinadas que sí pudieron vencer al olvido. Y volvieron. Volvieron con el mar, como si hubieran querido dar cuenta, una vez más, de esa tenacidad que las caracterizó en vida". Con estas palabras, los hijos de las tres "aparecidas" iniciaron la ceremonia.
Esther y María fueron secuestradas en la iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977. Se habían reunido en una de sus salas para definir el contenido de un anuncio en los diarios en el que pedirían "una Navidad en paz" y saber dónde estaban sus familiares secuestrados. Los "grupos de tareas" se llevaron también esa misma noche a otras 11 personas, entre las que estaban las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet.
A Azucena Villaflor la "levantaron" dos días después en la esquina de su casa cuando iba al mercado. La mayoría fue a parar a la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), el campo de concentración por el que pasaron unas 5.000 personas.
"Busco a mis hijos. Ellos se los llevaron. Los buscaré siempre. No tengo nada que perder", le dijo Azucena Villaflor a Lila Pastoriza, una de las escasas supervivientes de la Esma. Cuenta Pastoriza que, una de esas noches infernales, Azucena regresó a su celda después de haber sido torturada salvajemente. Con las pocas fuerzas que le quedaban quiso saber qué había sido de su grupo, de Esther y María. Y también preguntó por "ese muchacho rubio" que participaba de los encuentros en la Iglesia de Santa Cruz. Azucena nunca supo quién era ni que él las había delatado. El capitán Alfredo Astiz se había infiltrado entre los familiares, haciéndose pasar por Gustavo Niño, el supuesto hermano de una víctima de la represión.

Arrojadas al mar
Azucena, Esther y María fueron arrojadas al mar y sus cuerpos, traídos por las olas, se encontraron en dos balnearios populares de la provincia de Buenos Aires: Santa Teresita y San Bernardo. Las enterraron luego como NN (no identificados) en el cementerio de General Valle. Sus restos pudieron ser identificados en mayo pasado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). El hallazgo no sólo le ha permitido a los familiares darles sepultura y cerrar su duelo sino que se constituye en una prueba fundamental para la reconstrucción judicial de los vuelos de la muerte. Como dijo Nora Cortiñas, dirigente de las Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora): "Hemos comprendido el sentido de ese regreso: dejar claro cómo fue el circuito y quiénes son los responsables de la represión terrorista de Estado".
Cortiñas todavía se siente conmovida por los acontecimientos. "Dentro de lo dramático de ese proceso terrible, que hayan aparecido las tres juntas es el mayor testimonio que se puede presentar en esta etapa de nuestra historia". Y parte de la historia argentina ha cambiado desde que el Tribunal Supremo terminó con la impunidad que impedía juzgar a los autores de estos delitos.
Astiz está preso. Emilio Massera, el jefe de los marinos, al igual que Augusto Pinochet en Chile, elude los tribunales gracias a su demencia senil. Cientos de represores están a su vez en condiciones de ser procesados y condenados.

Octogenarias
Al sacerdote Bernardo Hughes no le pasó por alto esta paradoja en el momento de oficiar su misa. Huges dijo sentir dolor "al revivir los horrores de aquellos días, dolor por la certeza de su muerte y por constatar la forma cruel de su desaparición". Pero, al mismo tiempo, pudo constatar "cierto aire de victoria para la lucha tan dura y prolongada buscando la verdad, la justicia contra la impunidad".
"Si me pasa algo, ustedes sigan", dijo Azucena Villaflor cuando se enteró de la desaparición de María y Esther. Y las Madres siguieron. Muchas son hoy octogenarias. Muchas estuvieron el domingo pasado en la iglesia de Santa Cruz, en cuyo jardín se arrojarán las cenizas de Azucena. A cada una, cientos de personas le dejaron una flor. Nadie imagina que puedan marchitar con el paso del tiempo.

*Fuente : El Periódico, 27 de julio de 2005