Tras el encuentro del Führer y el dictador español, los nazis concluyeron que España siempre estaría del lado de Alemania / 2
Franco acordó que entraría en guerra
HITLER REVELÓ a Franco que seguiría bombardeando Londres y que no cumpliría las promesas hechas a Francia
Franco y Hitler aparentemente congeniaban, se escribían, pero no se conocieron hasta que el 23 de octubre de 1940 se encontraron en la estación de Hendaya, en la Francia ocupada. El caudillo deseaba saludar a su admirado canciller, y el Führer no ocultó simpatía por el encuentro. "Debo darle las gracias por su idea, manifestada al ministro Súñer, de ofrecernos la oportunidad de encontrarnos cerca de la frontera española", escribió Franco a Hitler el 22 de septiembre de 1940. Franco quería ofrecer su opinión sobre la entrada de España en la guerra y acusó ante el Führer a Argentina y Gran Bretaña de ser los culpables de la falta de víveres en España. No obstante, el objetivo real de las conversaciones era crear un frente antiinglés unido e importante y, por tanto, acortar la guerra. Sólo las peticiones españolas y las esperanzas de la Francia colaboracionista de Pétain se interponían en el camino trazado por un Hitler que despreciaba esa Francia y temía a la que representaba De Gaulle, según un documento secreto redactado por el espionaje de Estados Unidos a partir de documentos incautados a los alemanes al final de la guerra. Otro informe de febrero de 1941 confirma que Franco acordó en Hendaya que participaría en la guerra.
La histórica reunión se produjo por la tarde. Hitler llegó a las tres y media, y Franco un rato después, ambos en sus respectivos trenes especiales. La conversación se consumó en el vagón especial del Führer, un automóvil Pullman ,tal como puntualizaron los funcionarios del III Reich que transcribieron la entrevista que el espionaje estadounidense remitió el 21 de agosto de 1945 a la embajada de EE. UU. en Madrid.
La impresión que sacaron los alemanes de la reunión de Hendaya es que "Franco estaba feliz de reunirse personalmente con Hitler y deseaba agradecerle todo lo que Alemania había hecho por su país". "España estaba espiritualmente unida con el pueblo alemán, sin reservas, se sentía uno de sus ejes, particularmente desde que soldados de las tres potencias habían luchado codo con codo en la Guerra Civil. En el futuro, España siempre estaría al lado de Alemania". También concluyeron que a "España le gustaría unirse a Alemania en la guerra actual", pero que había dificultades bien conocidas relativas a asuntos económicos, militares y políticos. "España estaba teniendo problemas con los elementos anti-Eje en América y Europa, y por tanto con frecuencia tenía que poner buena cara a cosas con las que no estaba de acuerdo", describe el documento.
El generalísimo puso sobre el tapete los problemas de abastecimiento y culpó a Argentina e Inglaterra de la cuestión: "Franco mencionó el creciente problema español de las provisiones y dijo que pensaba que Argentina y América se quedaban con sus pedidos de Londres, puesto que sabía de ejemplos en los que las transacciones gestionadas a través de la embajada británica parecían tener todas las dificultades en Argentina y se evaporaban en América. Las malas cosechas estaban haciendo el problema aún peor, por lo que la actitud de España hacia la guerra era la misma que la de Italia durante el otoño anterior". No obstante, como se evidencia en otros documentos posteriores, las pe-gas aducidas por Franco no fueron óbice para que ambos líderes acordaran que España firmaría el pacto de las Tres Potencias y entraría en guerra.
Por su parte, Hitler le dijo a Franco que estaba contento de verle por primera vez después de haber estado con él "espiritualmente" durante la Guerra Civil y "se lanzó a la descripción de la situación militar actual". El canciller alemán sostuvo que la guerra estaba realmente decidida, que el frente alemán, desde Polonia hasta España, mantendría alejado cualquier aterrizaje inglés y que las únicas esperanzas de Inglaterra eran Rusia y EE.UU. Hitler anunció que Alemania había pactado con los rusos y que, además, estaba fortaleciendo su ejército hasta alcanzar 186 divisiones de ataque. "EE.UU. no atacará en invierno, y necesitará un año y medio o dos para su movilización", aseguró el Führer, que no descartó la posibilidad de que ingleses y norteamericanos desembarcaran en las islas frente a África. En cuanto a la batalla de Inglaterra, Hitler atribuyó la situación -los ingleses le habían rechazado de plano- a la falta de hegemonía marina de Alemania y a las malas condiciones de vuelo sobre el Canal, razón por la que no había comenzado "el gran ataque" contra el Reino Unido. Los meteorólogos habían predicho siete u ocho días de cielos claros, con lo cual el gran ataque empezaría pronto, anunció a Franco, al que explicó lo cauto que era acerca del tiempo, algo que olvidó en la campaña rusa. Luego, desveló que bombardearía Londres día y noche hasta que pudiera atacar Inglaterra, sobre la que ya había lanzado de 300.000 a 500.000 kilos de bombas. "Mientras tanto, los aviones seguirán causando bajas", afirmó, anunciando que se trataba de una guerra de desgaste y que invadiría a Inglaterra "ahora o a principios de primavera", en cuanto el tiempo cambiara.
"Por supuesto que Alemania desea finalizar la guerra lo antes posible y evitar la pérdida de dinero y de sangre", se dijo en Hendaya, y se reveló que, con el fin de asegurar que EE.UU. mantuviera su armada en el Pacífico, Alemania había firmado el pacto con tres potencias y que "confidencialmente otras muchas naciones europeas habían anunciado su intención de unirse a él".
El petróleo, el futuro de la Francia ocupada y rendida, y la preocupación que les producía el líder la Francia libre, el general Charles de Gaulle, fueron, asimismo, objeto de la conversación entre Franco y Hitler, que no ocultó lo que pensaba del país galo. El canciller alemán reveló que para asegurar su suministro de petróleo había enviado aviones y tropas a Rumanía, aunque su mayor preocupación era comprobar si De Gaulle ampliaba su influencia y por lo tanto proporcionaba bases para ingleses y americanos en la costa africana. Hitler sabía "que el gobierno de Pétain se encontraba en dificultades intentando manejar las consecuencias de una guerra de la que no era responsable".
Respecto a Francia, Hitler le dijo a Franco lo mismo que le había dicho la víspera al vicepresidente del gobierno francés de Vichy, Pierre Laval. El alemán era consciente de que De Gaulle debía provocar que Francia tomara una actitud definitivamente favorable a Inglaterra. Y "esto es duro -comentó a Franco-, puesto que, además de la orientación fascista de Laval y Pétain, están los franceses que desean un doble juego con Inglaterra". Para Hitler era difícil que Francia tomara una decisión definitiva, porque la guerra continuaba. Pero, una vez que Inglaterra fuera vencida, Alemania podría ofrecer a Francia términos de paz más sencillos. No obstante, el Führer sostuvo que si la guerra continuaba e Inglaterra pedía un compromiso, Alemania no pelearía para salvar a Francia. El canciller confesó que necesitaba la cooperación de Francia siempre que continuara la guerra contra Inglaterra con una salvedad: en caso de que Inglaterra y De Gaulle fueran neutralizados, Alemania no se molestaría en cumplir ninguna de las peticiones del gobierno colaboracionista de Vichy: "Francia, simplemente, tendrá que estar de acuerdo, bajo la amenaza de una ocupación inmediata".
Investigación: Eduardo Martín de Pozuelo Edición: Iñaki Ellakuría Documentación: C. Salmurri y F. Martínez
Mañana: El enfado de Hitler / 3
*Fuente : La Vanguardia, 11 de julio de 2005 - http://www.lavanguardia.es/web/20050711/51188866441.html |
EL DÍA DESPUÉS
La carta de Serrano Súñer a los alemanes
El encuentro entre Franco y Hitler fue un día especial para el ministro de Asuntos Exteriores español, Serrano Súñer, conocido defensor de la alineación de España junto al Eje. Un día después de la única entrevista cara a cara de los dos mandatarios, Serrano Súñer escribió a mano una carta entregada a Eberhard von Stohrer, a la sazón embajador alemán en España, en la que, de una forma suave y un tanto engolada, reprochaba a Alemania que no hubiese aceptado ciertas peticiones del régimen español. La carta de Serrano Súñer, fechada en San Sebastián el 24 de octubre de 1940, fue enviada a Berlín por el embajador alemán y empezaba de la siguiente forma: "¡Mi muy honorable Embajador y amigo! He recibido las declaraciones formuladas por su gobierno acerca de los términos del Artículo 5 del Protocolo que le envié a usted con mi aprobación y, por la presente, le declaró nuestro acuerdo con ellas. Quedo como siempre. Su muy devoto. Serrano Súñer".
Y es en la posdata donde le deja entrever el disgusto español: "No desearía dejar pasar esta oportunidad sin expresarle el amargo sentimiento con el que nos hemos quedado tanto el Caudillo como yo debido, con independencia de nuestra amistad, a la denegación de los cambios sin importancia que propusimos", unas modificaciones que, a tenor de este escrito, eran muy significativas para Franco. El ministro español acabó su misiva diciendo que esos cambios "nos daban un mayor sentimiento de seguridad sin que involucrara en forma alguna al núcleo de la cuestión o afectara a la libertad de acción del Führer". I. ELLAKURÍA
*Fuente: LA VANGUARDIA - 11/07/2005
EL PERSONAJE Y SU CONTEXTO
Himmler, jefe de las SS y la Gestapo
Fue uno de los hombres más temidos del régimen alemán, Heinrich Himmler (Munich, 1900-Hanover, 1946) mandó con mano de hierro las SS, la guardia pretoriana de Hitler, que llegó a estar formada por 52.000 hombres. Tras el acceso de Hitler al gobierno (1933), fue nombrado, además, jefe de la policía política (la temida Gestapo) y poco a poco se hizo con el control de los campos de concentración. Himmler encabezó la persecución a los judíos al ser nombrado en el inicio de la guerra comisario del III Reich para la Defensa y Reforzamiento de la Raza Alemana. El mismo día en que Hitler y Franco se reunían en la localidad francesa de Hendaya, Heinrich Himmler visitó Barcelona y fue recibido por todo lo alto por las autoridades locales.
Fuente: La Vanguardia, 11 de julio de 2005
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