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Julián Zugazagoitia

(Bilbao, c. 1900-Madrid, 1940) Periodista y político español. Diputado a Cortes por el PSOE (1931 y 1936) y director de El Socialista (1932-1937), fue ministro de Gobernación con Negrín (1937-1938) y posteriormente secretario general de Defensa. Exiliado en París, fue entregado por los alemanes al Gobierno de Franco, que lo hizo fusilar. Es autor de Una vida heroica: Pablo Iglesias (1926), Una vida humilde: Tomás Meabe (1927), Historia de la guerra de España (1940), reeditada con el título Guerra y vicisitudes de los españoles (1968). Escribió también las novelas Una vida anónima: vida del obrero (1927) y El asalto (1930).

CARTA DE OLGA ZUGAZAGOITIA VDA. DE POUS, HIJA DEL MINISTRO DE LA GOBERNACIÓN JULIAN ZUGAZAGOITIA -MIEMBRO DEL PARTIDO SOCIALISTA OBRERO ESPAÑOL

Agosto 16, 2005

ASOCIACION DE FAMILIARES Y AMIGOS DE REPRESALIADOS DE LA II REPUBLICA POR EL FRANQUISMO.

APARTADO 109.055

28080 MADRID, ESPAÑA.

SEÑORES:

He dejado pasar un tiempo para procurar tranquilizarme y tratar de exponer de manera manifiesta lo que considero una injusticia total y ­ absoluta, así como una manera de mofarse en forma cruel de nuestro do­ lor. Me refiero, como ya habrán comprendido, a la supuesta ayuda a ­ los Niños de la guerra, salidos del 36 al 39, siempre que fueran meno­res de 23 años.

Cuando se me mencionó por primera vez esa supuesta ayuda supuse que, por fin, nos concederían una pequeñísima indemnización por la pérdida que mi familia había sufrido, pues somos hijos de Julián ­ Zugazagoitia, que fue Ministro de la Gobernación. Pero no, todo ha resultado ser una farsa.

Exigen que comprobemos nuestra salida de España. Salvo que fue en 1937, no me extendieron, a mis 9 años, ningún papel que lo acredite. También se nos dice bien claramente que en el supuesto de que contemos con alguna pensión del país en donde nos vimos obligados a residir, automáticamente dejamos de ser Niños de la Guerra porque, según los que estén manejando este asunto, deberíamos de estar pidiendo limosna por las calles.

Considero que mi hermano (el único que me queda) y yo no solamente somos Niños de la Guerra, sino que, para nuestra desgracia, ostentamos el título de Huérfanos de la Guerra. A continuación expongo lo que es ­ verdad y trágico:

En la madrugada del 27 de julio de 1940 (sí, hace poco que se han cumplido 65 años) al abrir la puerta fui empujada por la Gestapo y la policía franquista para llevarse a nuestro padre, supuestamente pa­ra interrogarle, pero que en dos días volvería a casa.

Al día siguiente al llevarle ropa para que pudiese cambiarse, se nos informó que no estaba y no supieron, o no quisieron, decirnos donde estaba.

Días después leíamos en el periódico que estaba en España condenado a muerte.

        Mi madre iba todos los días para lograr que se nos permitie­ra ir a España para estar con él. La hicieron ir a diario, pero al ­ cabo de mes y medio le denegaron el permiso.

Trasladarnos a Potiers para reunirnos con mi abuela y tía (madre y hermana de mi padre).

Ante el temor, por lo que se nos decía, de que mis hermanos a su corta edad podrían correr la misma suerte que nuestro padre, se decidió que salieran de la Francia ocupada a la Libre. El mayor fue el primero en hacerlo, yendo a campo traviesa. Siendo descubiertos por los alemanes, que les empezaron a disparar habiendo matado al guía francés y mi hermano conducido a la cárcel.

Cuando salió de la cárcel, nuevamente a intentarlo, en esta ­ ocasión con suerte. Poco después el segundo hizo otro tanto, logrando llegar bien. Pero la angustia que en casa pasamos hasta saber que es­taban bien fue tremenda.

Estando a mediados de diciembre de ese año (1940) recibimos una carta de nuestro padre (la única que nos reexpidieron) diciéndonos que estuviéramos tranquilas pues pasaríamos las Navidades juntos. ­Reíamos, nos abrazábamos llenos de alegría, hasta que alguien cayó en la cuenta de que la fecha estaba borrada. Desapareció la alegría.

        Pasó la Navidad y, por supuesto, nuestro padre no llegó.

        El 1º de enero de 1941 alguien decidió que no se nos podía seguir engañando y que era conveniente que supiéramos la verdad. Y la  verdad fue enterarnos de que nuestro padre había sido FUSILADO el 9 de noviembre.

        ¿Les describo la escena que siguió? No creo que sea necesario ­ porque habrán comprendido lo ocurrido.

Mi madre, junto con mi tía, arreglaron los papeles para que pudiéramos salir de Poitiers con rumbo a Marsella para embarcar y jun­tarnos (ella y los 3 hijos que estábamos) con nuestros dos hermanos.

Llegamos a Veracruz en mayo de 1942 y trasladarnos a la ciu ­ dad de México.

Poco después a nuestra madre se le concedió una pequeña pen ­ sión haciéndole la advertencia de que sus hijos tenían que pensar en ­ponerse a trabajar. Ellos tenían 19, 17, 15, 14 Y 13 años. Edad mas que suficiente para sacar adelante la casa, ¿verdad?

Por supuesto, escuela, academia o Universidad nos estaba totalmente vedado. En lo que sí estuvimos de acuerdo los cuatro ¿mayo­res? fue que el último fuera al colegio. Nosotros, si era preciso, nos apretaríamos el cinturón.

         Tuve la suerte de que Víctor Salazar (a quien siempre le estaré agradecida) me dio clases de taquigrafía junto a sus dos sobrinas y otra chica. ¿La maquina? En casa pues tampoco alcanzaba para ir a una escuela comercial.

Consigo trabajo, gracias también a V. Salazar. Es hasta las Fuentes Brotantes de Tlalpam. En una fábrica de hilados y tejidos. ­ Lo que sí es que tengo que salir a las 7 de la mañana de casa porque tengo que ir hasta determinada calle, donde nos recogen a varias personas para trasladarnos en un cochecito.

          Todos los días emprendo el camino por toda la calle de López cruzar la Av. Juárez y seguirme por fuera de la Alameda, tranquila, ­ hasta que una mañana me tropiezo con un viejo depravado, que se abre ­ la chaqueta y me enseña sus partes. Me temblaron las piernas pero seguí como si no me hubiese dado cuenta. En realidad temblaba yo toda.  Entonces, señores, tenía

¡ ¡16 años!! Eso sucedió durante unos quin­ce días, hasta que, por fin, desapareció.

          Como para esas fechas ya había desaparecido la pensión, dado que éramos lo suficientemente Grandes para llevar adelante una casa, ­ mis hermanos decidieron irse de "borregueros" a Estados Unidos para lograr algo más de dinero y, sobre todo, ser dos bocas menos a comer.

A los 18 años entré a trabajar en la Fundidora Monterrey, donde años después mi jefe, que era el Presidente de la Compañía (Lic. Carlos Prieto, que ayudó a los doctores Fanjul y Cabrera, al Dr. Cándido Bolívar y otros, sin olvidarme a mi) solía comentar a sus amistades que yo había entrado a Fundidora usando todavía calcetines.

          En nuestra casa nunca se volvió a mencionar la palabra "papá" ni mencionarle a él. Era un tema sumamente doloroso para nuestra ma ­ dre y para nosotros mismos.

Pero todavía nos faltaba más. A la muerte de mi hermana y ante su deseo de que sus cenizas reposaran en la tumba de nuestro padre su hijo quiso cumplir su deseo no pudo hacerlo porque la TUMBA NO NOS PERTENECE. Es de una señora que ni la familia de Cruz Salido ni nosotros conocemos.

          ¿Faltará algo en lo que nos puedan dañar?

                                                            --------

   Por supuesto que tengo una pensión. Recordemos que empecé a tra bajar a los 16 años y lo hice durante 47.

   A pesar de ello sí considero que mi hermano y yo nos merecemos esa pensión que se suponía iban a concederse a los Niños de la Guerra. Recordemos que nuestro padre fue FUSILADO; que nos despojaron de toda posibilidad de estudiar y de haber llegado a ser algo más que, en mi caso, una secretaria; mi hermana empleada en Salinas y Rocha; mis herma­nos borregueros. En fin, que nos devuelvan la vida que hubiéramos po­dido llevar con nuestros padres; no habiendo sufrido lo que sufrimos. Entonces sería la primera en rechazar la pensión.

   De ahí mi indignación porque sí considero que lo que están haciendo con nosotros es una burla cruel y que, por el simple hecho de ha ­ ber tenido que abandonar país, casa y lo peor, la pérdida de nuestro padre, merecemos respeto, mucho respeto.

   Un comentario. Sé que a unas señoras (a quienes conozco) se les ha concedido una pensión de 1000.00 euros por orfandad y viudez. Sus padres murieron aquí y ellas pudieron ir a la escuela, academias y uni­ versidades. Que conste que me alegro por ellas. Pero, pero yo no ­ merezco ese trato.

Aquí termino,

Fdo.: Olga Zugazagoitia Vda. de Pous

*Fuente : afarIIREP, septiembre de 2005