Asesinato de los abogados laboralistas de Atocha
En la medianoche del 24 de enero de 1977 fueron asesinados en el bufete de abogados de la calle de Atocha 55, tres laboralistas, un estudiante y un representante sindical.
Fue una clara operación de la extrema derecha con vinculación con los sectores más extremistas de los Servicios del Estado, que buscaban provocar a los comunistas y la posterior reacción del Ejército con el fin de nuevamente implantar una dictadura militar.
La conmoción del asesinato llevó, al día siguiente, a una multitudinaria manifestación encabezada por el PCE con el apoyo de toda la militancia de la izquierda y resto de fuerzas demócratas.
El PCE haría una importante demostración de fuerza que daría que pensar a Adolfo Suárez, preocupado porque su obra política pudiese estar en peligro.
La matanza de Atocha y la fuerza de la izquierda mostrada en la manifestación, haría plantearse a Suárez, desde ese momento, si era posible llegar a las elecciones generales con el PCE fuera de la Ley.
La voz de un superviviente, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.
[...] LA VIOLENCIA
En las últimas semanas de 1976 y a lo largo del mes de Enero de 1977, se produjeron numerosos actos de violencia que iban a condicionar el pulso y el peso del proceso democrático.
Atentados que parecían encaminados a cumplir un objetivo predeterminado, a dirigirse contra colectivos cada vez más significativos y opuestos al régimen de Franco: contra ciudadanos y ciudadanas demócratas, trabajadores, abogados, contra los partidos y organizaciones más comprometidos con una idea de ruptura política, que parecía fundamental en 1976 y 1977.
Así fue el atentado en el despacho de Atocha, que segó la vida de cuatro abogados y un administrativo, todos vinculados a Comisiones Obreras y al PCE. Un atentado de una violencia terrible, que incluso fue visto también como una exageración por personas con vínculos ideológicos o políticos con la extrema derecha. Un atentado que puso de manifiesto el papel especial que jugaron los laboralistas en aquel tiempo de transición. En palabras de María Toledano "los despachos de abogados laboralistas, colectivo al que pertenecían los abogados de Atocha, fueron en la España convulsa de los años setenta, vanguardia de la conciencia crítica, al tiempo que consuelo y refugio para muchos".
El atentado de Atocha fue un golpe contra el corazón de la transición. El propio despacho de Atocha era un símbolo especial en la lucha antifranquista y de asesoramiento a las trabajadoras y trabajadores; como también lo eran muchos otros despachos en Madrid, Barcelona y otras ciudades; eran islas de libertad donde los movimientos obrero y ciudadano fueron desarrollándose, preparando la que iba a ser inmediata incorporación a la vida pública en los procesos de legalización que se iban a abrir pocas semanas después del 24 de Enero. El efecto multiplicador del atentado de Atocha en los medios de comunicación, en el boca a boca que se extendía ante el miedo a atentados similares o incluso más graves, fue el detonante de lo que iba a suponer el entierro de los abogados.
EL ENTIERRO DE ATOCHA
El 26 de Enero de aquél año límite, fronterizo entre la dictadura y la democracia, se intentó desde los colectivos progresistas de letrados del Colegio de Madrid, realizar en el propio Colegio el velatorio de los compañeros e instalar su capilla ardiente en el mismo Salón de Plenos del Colegio, que entonces estaba en la Plaza de la Villa del Conde de París, dónde estaba y sigue estando elTribunal Supremo y una amplia estructura del Poder Judicial
El Ministerio del Interior no podía garantizar la seguridad en aquellas circunstancias, hasta que, gracias a diferentes negociaciones colegiales, tanto con su Equipo Decanal, como con algunos Letrados que más se significaron, se consiguió instalar la capilla ardiente de los que murieron asesinados en Atocha, en el mismo Colegio de Abogados.
Las negociaciones, por tanto, finalizaron satisfactoriamente para todos y, así, muchos colegiados, sindicalistas, camaradas del Partido, trabajadores y trabajadoras, ciudadanas y ciudadanos madrileños pudieron asistir aturdidos, solidarios, compungidos a la impresionante manifestación de dolor común compartido en aquellas horas madrileñas: la contención, el silencio, la rabia y la impotencia que recorrió la concentración en las Salesas, transformada en manifestación silenciosa y espontánea de duelo y de dolor, fueron raices del proceso de construcción democrática que volvió a reiniciarse tras aquella semana negra de Madrid. La raíz de la energía precisa que hizo posible el camino a la democracia que iba a consolidarse el 15 de Junio de 1977, estuvo en aquella indecible, aquella alucinada manifestación colectiva de rechazo a la violencia, aunque muchos tuvieron que morderse el corazón, tuvieron que recoger su ira, la ira de los frustrados y convertirla en aliento de paz y diálogo para la democracia. Creo que ese día fue substancial en la historia de este país. Las misma Maria Toledano dice también que "la izquierda española representada en parte por el esfuerzo de este colectivo –se refiere a los laboralistas- supo que algo se desgarraba para siempre. Una sensación, una intuición –mucho más y, en todo caso, mucho más allá que una idea- que ha podido estar flotando permanentemente en los planteamientos, las alternativas, las estrategias y las tácticas políticas vinculadas a la izquierda española. Aunque se sale del contexto aquí definido, parece indudable que el bajón en apoyo electoral que tuvo el PCE en la primera convocatoria democrática de 1977, tiene al miedo, al silencio por principal responsable. Las espectativas del PCE, vinculadas, como es lógico, al nivel de militancia que entonces existía, generó una grandísima frustración ante el apoyo minoritario que recibió. Un trasvase de votos que se genera, indudablemente, del PCE al PSOE que, curiosamente no estuvo presente, al menos como partido en los procesos iniciales de la transición.
En todo caso, no se podrá valorar adecuadamente ni el proceso de transición, ni el propio proceso democrático sin la referencia al entierro de Atocha, sin referirse a aquellas 150.000 gargantas calladas, que no pudieron tragar más saliva, que no pudieron realizar un mayor y magnífico esfuerzo de paz, contribuyendo así, anónimamente, a construir la democracia desde sus cimientos.
Son, como años atrás hubo tantos protagonistas anónimos en la lucha antifranquista, los costaleros de la democracia, como suele llamarles Nicolás Sartorius; la transición no fue un proceso solamente institucional; fue un proceso aceptado, buscado, trabajado y dolido por los militantes del entonces ilegal PCE, de las CCOO, de UGT, de los militantes socialistas y de los demás partidos de la izquierda. Un proceso que es inseparable de la memoria antifranquista, de la lucha por la libertad en España, por la libertad política que fue usurpada por el golpe de Estado del 18 de Julio de 1936 [...]
*Fuente "La memoria incómoda: Los Abogados de Atocha 1977/2002" Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.