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Continúo viendo Auschwitz

Josep Maria Espinàs

Hace 60 años se liberó el campo de exterminio de Auschwitz (Oswiecin, en polaco). Yo lo visité hace 32 años. Nunca olvidaré la entrada, a primera hora de la mañana, en un silencio total. Las torres de vigilancia estaban vacías y ya no resonaban las botas de los guardias.
Crucé la puerta con angustia, pensando en los que habían entrado allí engañados, cada uno todavía con su ropa e inmediatamente desnudos y convertidos en un número. Para quien duda aún, o haya olvidado el crimen, recuerdo lo que dijo Himmler al comandante del campo, Höss: "El führer ha ordenado la solución definitiva de la cuestión judía. Los lugares de matanza que tenemos en el este no serán suficientes. Hemos escogido Auschwitz por la facilidad de comunicaciones y porque este campo puede ser fácilmente camuflado...".
Vi en una sala casi 7.000 kilos de cabello humano empaquetado en sacos: la última partida que las autoridades del campo no tuvieron tiempo de mandar a las fábricas de Baviera. Y, en otras salas, montañas de cepillos de dientes, de brochas de afeitar, de gafas... Todo pertenecía a los inocentes que llegaban a diario en vagones de ganado. Y las viejas maletas con los nombres que escribieron sus propietarios, y el espeluznante montón de muñecas y juguetes que fueron arrancados de las manos de miles de niños que no podían saber lo que estaba ocurriendo. O sí. Porque un exprisionero, el pediatra Bertold E., declaró: "Durante la selección que hacían de los niños, los guardias SS instalaban una varita a 1,20 metros del suelo. Los niños que podían pasar por debajo eran enviados a los crematorios. Como lo sabían, los pequeños estiraban el cuello y levantaban la cabeza, para formar parte del grupo de los que todavía podían seguir viviendo..."
No olvidaré nunca Auschwitz. Anduve por entre los barracones lentamente, como quien entra en un recinto sagrado, el recinto del dolor humano. Por respeto, no tomé ninguna foto. Pero todo me quedó impreso en los ojos, en la piel, en la memoria.

Cuando escribo esta segunda, y última, columna dedicada a mis recuerdos de Auschwitz --ahora se conmemoran los 60 años de la liberación del campo de exterminio--, me vuelve a la memoria el silencio que me acompañaba cuando caminaba entre los barracones.
El barracón número 10 era especialmente siniestro, porque allí se realizaban los experimentos médicos criminales. Para la vergüenza de los filonazis que todavía quieren negar la realidad, los responsables del campo lo fotografiaban y lo documentaban todo. Un informe del doctor Clauberg a Himmler --original y copia-- del 7 de junio de 1943 hizo saber con visible satisfacción: "Si las investigaciones que he llevado a cabo pueden seguir el mismo curso que hasta ahora, no tardará mucho en llegar el momento en el que podré decir: un médico entrenado y que disponga de un centro equipado, con unos 10 auxiliares, podrá esterilizar a varios centenares de personas, e incluso a un millar, en un solo día..."
El bloque número 11 era llamado por los presos el "bloque de la muerte". Un muro cerraba su patio, porque aquel bloque estaba aislado de los demás. Unas contraventanas de madera impedían la visión desde los bloques vecinos.
Me acerqué discretamente a la pared del fondo, y pisé lo menos posible aquel suelo sobre el que se habían desplomado miles de hombres, de los cuales algunos, cuando iban a ser fusilados, aún tenían fuerza para gritar: "¡Viva la libertad!". En el sótano de aquel bloque se realizó el primer ensayo de asesinato en masa con el gas Zyklon B. Ocurrió el 3 de septiembre de 1941 y murieron 600 prisioneros de guerra soviéticos y 250 presos trasladados del hospital. Al día siguiente se descubrió que una parte de ellos aún respiraba y los SS añadieron otra ración de Zyklon.
Salí del campo a las tres de la tarde. "A las tres de la madrugada", había escrito el médico SS Kremer, "he participado por primera vez en la acción especial. Al lado de esto, el Infierno de Dante es una alegre comedia".

*Fuente :  El Periódico. 20 de Enero de 2005