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TRIBUNA ABIERTA

José Ibáñez Martín. El gran depurador (I)

José Ramón Villanueva Herrero *

No podía imaginar José Ibáñez Martín, un joven profesor de geografía e historia nacido en Valbona que, con su primer destino docente en Murcia, iniciaría una carrera política que le llevaría desde las filas del conservadurismo católico y monárquico, hasta convertirse en un fervoroso fascista, en uno de los jerarcas del franquismo. Allí fue uno de los dirigentes de la Unión Patriótica, el partido creado por la dictadura de Primo de Rivera, con el que llegó a ser presidente de la Diputación Provincial murciana y, durante la II República, siendo ya catedrático, se integró en la CEDA y fue elegido diputado por Murcia, su provincia adoptiva.

Tras la sublevación del 18 de julio, consiguió pasar a la zona insurrecta poniéndose de inmediato a las órdenes de Franco. A partir de este momento, y hasta su fallecimiento en 1969, ocupó numerosos cargos y obtuvo infinidad de distinciones como símbolo destacado de la "intelectualidad" adicta a la dictadura.

Durante el largo mandato de Ibáñez Martín como Ministro de Educación Nacional (1939-1951), del cual dependía la censura franquista y el aparato de propaganda del régimen, centró su labor en dos aspectos básicos sobre los que se cimentó la política educativa del franquismo: la depuración sistemática de todo el personal vinculado a la educación y a la cultura, así como también a la implantación de un sistema educativo dogmático y confesional: el nacional-catolicismo.

El integrismo político de Ibáñez Martín y su admiración por los Reyes Católicos, le hicieron emular la labor de la Inquisición en fenecidos tiempos imperiales. Por ello acometió con entusiasmo una auténtica purga del personal y los contenidos del sistema educativo español durante su largo mandato como ministro. Tras la enorme sangría que la guerra y el exilio supuso para la docencia y la intelectualidad leal a la República, el Ministerio regido por Ibáñez Martín, fue implacable con los vencidos, tal y como recordaba Laín Entralgo, también turolense y nada sospechoso de izquierdista: "sistemáticamente se prescindió de los mejores, si estos parecían ser mínimamente sospechosos de liberalismo o republicanismo. Los ejemplos menudean y sangran".

Esta depuración, que el historicismo unitarista de Ibáñez Martín pretendía legitimar enlazando la labor de Isabel la Católica con la de Franco, esto es, la Inquisición con la dictadura, hacía afirmar al ministro turolense en la Universidad de Zaragoza en 1951, que "en más de una ocasión un riguroso escarmiento produce mayor número de bienes que una falsa bondad". La represión quedaba legitimada de este modo por el pensamiento reaccionario de Ibáñez Martín... y, convertido en un nuevo inquisidor del s. XX, a ello se aplicó con fervor y adhesión inquebrantable.

Ibáñez Martín impulsó y aplicó con dureza en el ámbito educativo y cultural toda la normativa represiva generada por la dictadura desde el mismo momento de la sublevación militar: el Decreto nº 66 de 8 de noviembre de 1936, que creaba las Comisiones provinciales de Depuración, la Orden de 18 de marzo de 1939, sobre depuración de funcionarios dependientes del Ministerio de Educación Nacional mediante la cual se creaba la Comisión Superior Dictaminadora de los expedientes de depuración que condenaba a los docentes desafectos a sanciones de traslado forzoso, inhabilitación, postergación o separación definitiva del servicio. Ya como ministro, dictó la Orden de 2 de noviembre de 1939 regulando los traslados forzosos de los docentes depurados, bien fuera dentro de su misma provincia o destinados a otra provincia por "orden de la Superioridad".

Otra Orden del ministro turolense, la de 30 de marzo de 1942, creaba el Juzgado Superior de Revisión que, continuando la labor de la Comisión Superior Dictaminadora, siguió encargándose de la labor depuradora durante bastantes años, hasta el punto de que una Orden de 1956, cuando ya habían pasado 20 años del inicio de la guerra, todavía reformaba el funcionamiento del citado Juzgado Superior.

Una lectura atenta del Boletín Oficial del Estado de estos años nos ofrece infinidad de expedientes de depuración de docentes (maestros, profesores de enseñanza media o de la Universidad), todos ellos firmados por Ibáñez Martín.

La mentalidad represora de Ibáñez Martín, síntesis de actitudes inquisitoriales y pensamiento fascista, se resume plenamente en su muy conocido discurso pronunciado durante la apertura del curso 1940-1941 en la Universidad de Valladolid: "Era vital para nuestra cultura amputar con energía los miembros corrompidos, segar con golpes certeros e implacables de guadaña la maleza, limpiar y purificar los elementos nocivos. Si alguna depuración exigía minuciosidad y entereza para no doblegarse con generosos miramientos a consideraciones falsamente humanas, era la del profesorado".

Así pensaba Ibáñez Martín, el gran depurador de la educación y la cultura española durante la dictadura franquista.

* Historiador

*Fuente : El Diario de Teruel, 31 de agosto de 2006

 

TRIBUNA ABIERTA

José Ibáñez Martín y el nacional-catolicismo (y II)

José Ramón Villanueva Herrero *

En un artículo anterior aludí al papel desempeñado por Ibáñez Martín como depurador del personal docente durante la dictadura franquista. Ahora quiero referirme brevemente al pensamiento que inspiró su política educativa durante los 12 años que fue ministro de Educación Nacional (1939-1951).

Ibáñez Martín, catedrático de Geografía e Historia, fue un fervoroso intelectual franquista, admirador de la obra unificadora de los Reyes Católicos que soñaba con el resurgir, de la mano de Franco, de nuevos tiempos y glorias imperiales. Ello le hizo admirar el pensamiento de Menéndez Pelayo, cuyas Obras Completas prologó en 1940, y al que definía como "el más glorioso español de todos los tiempos" puesto que el legado del polígrafo cántabro, según Ibáñez Martín, era eficaz y oportuno "en los momentos presentes en que se trata de fundar sobre base firme y cristiana la nueva España". Por ello, Ibáñez Martín se apoyaba en el pensamiento del ultramontano Menéndez Pelayo, incluso para legitimar el golpe militar, al afirmar en dicho prólogo que "nuestra guerra ha sido en realidad una consecuencia necesaria del desvío y abandono del camino tradicional de la cultura española desde comienzos del siglo XIX", alusión recurrente del pensamiento reaccionario que atribuía la decadencia de España al liberalismo, positivismo histórico y al materialismo, a los que se consideraba enemigos viscerales de la tradición hispana.

Con este bagaje ideológico, Ibáñez Martín, impregnado de un españolismo tan férreo como dogmático, asumió en 1939 el cargo de ministro de Educación Nacional. Vinculado desde los años de la II República a la Asociación Nacional Católica de Propagandistas (ACNP) y con una intensa relación con el Opus Dei por medio de su amigo José María Albareda, acometió con fervor la tarea de "recristianizar" España mediante la construcción de una nueva tradición nacional-católica al servicio del franquismo. Por ello, fue el artífice de la legislación educativa de los primeros años de la dictadura: la Ley de Ordenación Universitaria (1943), la Ley de Ordenación de la Enseñanza Primaria (1945), así como los decretos que establecían la obligatoriedad de la enseñanza religiosa de 26 de enero de 1944 y el que imponía los cursos de formación política de 10 de abril de 1944.

Las ideas básicas de la política educativa de Ibáñez Martín se recogen en la citada Ley de 29 de julio de 1943 de Ordenación Universitaria. En ella, se enfatizaba el carácter confesional de la educación en España al indicarse en su preámbulo que, "además de reconocer los derechos docentes de la Iglesia en materia universitaria, quiere ante todo que la Universidad del Estado sea católica".

Por esta razón, Ibáñez Martín concedió privilegios a la Iglesia, propició la entrada del Opus Dei en el ámbito universitario, ampliando más tarde la preeminencia de la Iglesia también, en la enseñanza primaria y media.

Igualmente, la citada Ley de 1943 dejaba claro el carácter político al servicio del régimen de los estudios superiores, al señalar textualmente que "la República lanzó a la Universidad por la pendiente del aniquilamiento y la desespañolización, hasta el punto de que brotaron en su propia entraña las más monstruosas negaciones nacionales. La Ley, en todos sus preceptos y artículos, exige el fiel servicio de la Universidad a los ideales de la Falange".

De este modo, tanto en la Universidad, como también en los otros niveles educativos, Ibáñez Martín pretendía crear, a semejanza del nazismo, un nuevo modelo de "estudiante patriota" que, como indicaba el ministro turolense en un discurso pronunciado en la Universidad de Valencia en 1944, sin que este "lo deforme y corrompa la soberbia científica". Hay que recordar que, por medio de diversas órdenes ministeriales dictadas por Ibáñez Martín, las vacantes producidas en el Magisterio como consecuencia de la depuración de maestros republicanos, se cubrieron en parte por militares y excombatientes. Así, la Orden de 15 de febrero de 1940 tenía por objeto "dar el máximo de facilidades a los alféreces provisionales del Ejército que deseen acudir a la convocatoria de ingreso en el Magisterio Nacional", para los cuales se convocaron un total de 4.000 plazas a cubrir por estos militares-maestros.

El carácter de adoctrinamiento político en el ámbito educativo quedaba reforzado con la imposición de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, la denostada FEN.

Por todo lo dicho, la política educativa de Ibáñez Martín se caracterizó por su fuerte dogmatismo político y religioso y sus caducos métodos pedagógicos, que separaba la enseñanza de la investigación y que sometía el conocimiento a la ideología (franquista). Este entramado educativo conocido como el nacional-catolicismo, fue el que sufrieron, sufrimos, varias generaciones de españoles. Un triste legado que no merece ser recordado manteniendo el nombre de José Ibáñez Martín en un centro educativo de la ciudad de Teruel y en otro de la villa de Utrillas. Sus respectivos consejos escolares tienen la palabra para superar este anacronismo contrario a los valores democráticos de nuestro actual sistema educativo, y a la dignidad y la memoria de tantos docentes y alumnos que sufrieron la implacable depuración de personas e ideas promovida por José Ibáñez Martín.

* Historiador

*Fuente : Diario de Teruel, 1 de septiembre de 2006