LA PERSECUCIÓN DE GAYS DURANTE EL FRANQUISMO
ENTREVISTA: ANTONI RUIZ Presidente de la Asociación de Ex Presos Sociales
"Una monja me delató a la Brigada Criminal"
El Pleno del Congreso acaba de aprobar por unanimidad una declaración en la que se reconoce el sufrimiento de gays, lesbianas y transexuales durante el franquismo. La dictadura utilizó diversas figuras legales para perseguir a los homosexuales (Ley de Vagos y Maleantes, Ley de Peligrosidad Social). Las asociaciones de afectados calculan que más de 5.000 fueron detenidos, y que un número todavía desconocido fue encarcelado. El delito de ser homosexual no acabó con la llegada de la democracia. Todavía en 1978 hubo tres expedientes judiciales. Para los afectados, la declaración del Congreso es sólo el primer paso. Esperan indemnizaciones como víctimas del franquismo, lo que ya ha pedido IU.
E. DE B. - Madrid
Se tropezó con Franco cuando el dictador ya estaba muerto. Antoni Ruiz tenía 17 años en 1976, y "una vida normal como pastelero" en Xirivella (Valencia). "Pero entonces ya sentía inclinaciones homosexuales", relata. Cuando estuvo seguro de que era gay -"maricón" en aquella época-, y para normalizar su vida, se lo contó a su madre. "Ella se lo tomó muy mal, y pidió ayuda a mi tía. Ésta a su vez se lo dijo a una vecina que era monja, y la monja me delató a la brigada criminal de la Policía Nacional", recuerda.
"A las seis de la mañana se presentaron cuatro secretas en casa", continúa. "En la jefatura empezó un interrogatorio para que denunciara a otros homosexuales. Un gris empezó a acosarme; como no decía nada me tiró hacia otro preso, y le dijo que me violara. Y eso fue lo que pasó. Durante tres días me sacaban por las noches por las zonas de ligue gay para que delatara a otros homosexuales. Me daban palizas. Pero yo resistí como pude. Eso fue lo que más les fastidió", relata.
Así comenzó su periplo por las cárceles. De la de Valencia fue enviado a Carabanchel, en Madrid; de ahí, a Badajoz, un centro reservado a los homosexuales "pasivos", según la clasificación de la Ley de Rehabilitación y Peligrosidad Social. Cada traslado fue un riesgo. "No podía salir de la celda. Era muy joven y tenía que mantenerla cerrada para que no me violaran los otros presos", explica.
A los tres meses [la pena mínima establecida para rehabilitar a los homosexuales] le dieron la libertad. Pero su vida ya estaba arruinada. Primero, tuvo que cumplir un destierro de un año, un periodo que pasó en casa de un familiar en Denia. Cuando intentó volver a trabajar se encontró todas las puertas cerradas. "La policía había ido con el cuento a mi antiguo trabajo, y además tenía antecedentes. Con mi madre no quería volver, porque creía que era la que me había delatado". Al final, tuvo que recurrir a la prostitución. Hasta que en 1982 entró a trabajar -"por enchufe"- en una emisora de televisión.
Cuando creía que había rehecho su vida, en 1995 volvió a toparse con su pasado. "Me pilló la policía sin carné. Di mis datos, y cuando consultaron con la central, uno le dijo al otro: 'Ten cuidado, que éste es maricón". Fue así como se enteró de que seguía fichado. Y comenzó una lucha por limpiar su pasado. "Al principio pedí la destrucción de mi expediente y la de todos los demás homosexuales. Ahora entiendo que deben conservarse como documentos históricos", dice.
Este año ha fundado la Asociación de Ex Presos Sociales. La declaración del Congreso es sólo el primer paso para resarcirse del daño sufrido.
5.000 vidas fichadas
Al menos 5.000 personas fueron detenidas por actos o actitudes gays, lésbicas o transexuales durante el franquismo, según el recuento de Antoni Ruiz, presidente de la Asociación de Ex Presos Sociales. Pero este número es sólo una aproximación, porque los historiales están dispersos por las distintas cárceles, hubo quienes no llegaron a ser encarcelados, y en otros casos la condena alegaba en vez de homosexualidad delitos como prostitución, matiza el periodista Arturo Arnalte, autor del libro Redada de violetas .
Al principio se los encarcelaba por escándalo público, aunque el delito se hubiera cometido en el dormitorio de la vivienda propia. La figura delictiva de la homosexualidad aparece en 1954, con su inclusión en la Ley de Vagos y Maleantes. "A los homosexuales, rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos mentales o lisiados, se les aplicarán para que cumplan todas sucesivamente, las medidas siguientes: a) Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola. Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales, y en todo caso, con absoluta separación de los demás. b) Prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio. c) Sumisión a la vigilancia de los delegados", decía la ley.
La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970 dio a la persecución un enfoque más humanista: dar tratamiento. Fue entonces cuando se establecieron dos penales, los de Badajoz y Huelva, para rehabilitar a los homosexuales masculinos (las lesbianas, que sufrieron una fuerte represión social, ni siquiera se consideran). Los presos se dividían según sus tendencias: los "pasivos", a Badajoz, y los "activos" a Huelva. "La supuesta rehabilitación empezaba y acababa en esta selección", dice Arnalte.
A partir de esta época es más fácil hacer un seguimiento de la represión. Las penas de prisión iban de tres meses -"que se aplicaba la mayoría de las veces", según Arnalte -a cuatro años. A esta condena se solía añadir una de destierro de hasta dos años. "Es cuando aparece la casilla de 'homosexual peligroso' en las fichas", apunta el escritor. Existe constancia de unas 30 o 40 condenas al año. Además de los centros de Badajoz y Huelva, "en todas las cárceles grandes había una galería de invertidos", señala Arnalte. En Carabanchel, era la última planta. En Ocaña, los homosexuales eran enviados a cocina o lavandería en vez de ir a picar piedra, señala Juan Soto en su autobiografía Un hombre llamado Kathy.
La persecución no fue sistemática. "Tenía un sesgo de justicia de clase. Los que pagaban eran siempre gente muy modesta: camareros, agricultores; los señoritos casi nunca", apunta el periodista. A veces el factor decisivo era el balance de cada comisaría. "Cuando un policía quería hacer méritos detenía a gays pobres", afirma Arnalte.
La Ley de Peligrosidad Social sobrevivió al franquismo. En 1978 todavía se aplicó oficialmente a tres personas. En total, unos 1.000 homosexuales fueron encarcelados por esta ley, que estuvo en vigor nueve años. "Somos los olvidados de la transición", se queja Ruiz.
ENTREVISTA: OCTAVIO GARCÍA - Jubilado
He pasado 50 años con esta cruz a la espalda
"Frío, miseria, hambre, humillación, palos y más palos". Así recuerda Octavio García el año que pasó en el penal de Tefía (Fuerteventura). "Fue en 1954. Hacía 15 años que había acabado la guerra española, y el Gobierno se dijo: 'vamos a limpiar de maricones Las Palmas'. A mí me cogieron porque pedí al hijo de un médico que me pagara. Su madre se asustó y nos denunció a un compadre y a mí a la policía. Era una señora de una familia importante, y nos detuvieron a los dos. A su hijo no le pasó nada". "Mi ficha lo pone claro: me encerraron por homosexual", explica.
Octavio tiene 73 años, pero no olvida el daño que le hicieron. Tenía 19 años cuando aquella detención -la única de su vida-. "Fue una chiquillada. Yo siempre fui un niño bueno", reflexiona ahora. En Tefía se salvó de los trabajos forzados porque era de constitución débil -padece atrofia muscular en ambos brazos-. "En total éramos 90 maricones. Pasaban el día cargando piedras, haciendo muros, sacando agua del pozo. Era como un campo de concentración pero sin cámara de gas". A él le protegió un maestro "porque había trabajado de monaguillo" y se sabía los Evangelios, recuerda.
Cuando salió en 1955 tuvo que cumplir dos años de destierro en Telde, a 10 kilómetros de la capital. "Yo vivía en Las Palmas, y sólo iba a la comisaría a firmar los papeles", señala con picardía.
Después de pasar por el penal sólo pudo dedicarse a "salir adelante". "Había sido sacristán y repartidor de pan, pero tuve que cambiar de trabajo. Volví a casa, pero mi madre tenía un carácter muy fuerte y nunca pude hablar con ella de aquello. Así que me fui a vivir mi vida. Con antecedentes era casi imposible trabajar legalmente. Le llevé las cuentas a un joyero que vendía a plazo a las prostitutas. También estuve en un hostal de señoritas de tapadillo. Hice de todo hasta que conocí a un señor que me tomó de mayordomo. Con él viajé por toda España y Europa", cuenta.
Octavio vive ahora de sus ahorros y una pensión de orfandad (unos 420 euros al mes). "El apartamento donde vivo es mío. Y tengo una ahijada con tres niños a la que ayudo cuando puedo; le doy 150 euros al mes".
Su mayor ilusión actual es una biografía que le está escribiendo Miguel Ángel Sosa. "Han sido 50 años con esta cruz a la espalda. Con esa amargura, aquella tristeza, el año y todo lo que perdí de mi vida. Contarlo todo ahora es una liberación", resume. El título será una declaración: Viaje al centro de la infamia.
ENTREVISTA: SILVIA REYES - Artista de cabaret
Estuve detenida más de 50 veces
"Estuve detenida más de cincuenta veces". Silvia Reyes llegó a Barcelona en 1973, con 20 años. "Hacía cuatro meses que había terminado el servicio militar y ya me había empezado a hormonar con productos que compraba en una farmacia", recuerda.
"Lo primero que hice fue buscar trabajo en hoteles, que era en lo que había trabajado en Las Palmas durante siete años. Pero cuando me veían tan femenina y tan guapa con mi nombre de hombre en el carné no me daban trabajo, ni siquiera de friegaplatos. Entonces no se sabía lo que era un transexual", afirma.
Durante el primer mes la detuvieron tres veces. Para una transexual, estar en la calle no era seguro, pero los bares de ambiente [gay] o los cines, tampoco. "Había muchas redadas. Nosotras lo teníamos peor que los homosexuales, que podían disimular más. A veces nos tenían hasta tres días sin comer, de pie, incomunicadas", explica.
Silvia no encontraba trabajo y las 5.000 pesetas que había llevado desde Canarias se le acababan. Fue la misma dueña de la pensión barata donde se alojaba la que le recomendó que saliera con sus amigas. "Hay travestis muy guapas, y a lo mejor te buscan trabajo en una whiskería", le dijo. Así empezó a hacer la carrera. Y llegaron más detenciones.
A finales de 1974 Silvia cayó en otra redada. "Me metieron en la cárcel Modelo de Barcelona por travesti. Allí lo pasé fatal. Luego fui a Carabanchel en Madrid. Éramos hasta 38 transexuales, y durante los traslados nos ponían en celdas aisladas, para evitar líos. Había presos que saltaban tapias de cinco metros para estar con nosotras", relata. Dos décadas de detenciones hacen que a Silvia le cueste ordenar los recuerdos. "En Badajoz estuve seis meses. Ahí estábamos todas juntas con los hombres y también con los ladrones. En Madrid me detuvieron otras dos veces", apunta.
Tras dar algunas vueltas, Silvia encontró trabajo en una sala de fiestas. "Yo no sabía bailar ni cantar, pero con 15 días de clases debuté. Me hice un vestuario, un nombre y viajé, actué y alterné". El dueño del local era el que respondía por ella y la sacaba de la cárcel cuando la encontraban haciendo la calle. "Lo dejé hace cinco años. Me siento vieja mentalmente, y le dije al jefe que había que dar paso a la juventud. Él se enfadó, porque había clientes que iban sólo a verme a mí", explica coqueta.
Ahora vive de lo que ganó en aquella época, y va a cursillos de informática por la mañana. "Me aburren mucho, pero algo tengo que hacer para no estar encerrada en casa", afirma.
*Fuente : El País, Sociedad. 20 de Diciembre de 2004
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