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¡Viva la República!
(con perdón)

LUIS ARIAS ARGÜELLES MERES

Día 31 de octubre de 2005. Víspera de difuntos. En los valles del Narcea, el otoño llega esta vez con más calma de lo acostumbrado, acaso por la ausencia de heladas. Manzanos menos cargados de lo que se esperaba tras los calores de los últimos meses. Erizos de castañas que ruedan empujados por los últimos vientos. Algunos viandantes recogen setas. La temperatura es suave. Y, a última hora de la mañana, el viento amaina. Me entero al mediodía de la buena nueva. La dinastía reinante celebra el nacimiento de quien parece llamada a heredar la corona. Todo son parabienes y alegrías. Me obligo a ver el telediario mientras doy cuenta del que quizá sea el último bonito del año. ¡Es el No-Do, Dios mío! ¡Hay que ver lo felices que están los ciudadanos de este país ante el evento! Habemus descendiente para la monarquía borbónica. Hay un momento en que el telediario conecta con sus corresponsales europeos para que nos cuenten cómo se recibió allí el ansiado alumbramiento. No puedo evitar el recuerdo de las conexiones que hacía, allá en mi infancia y adolescencia, don Victoriano Fernández Asís con los periodistas televisivos afincados en Europa. Por fin, llega lo previsto. Conexión con Asturias. Según la cronista, Oviedo y todas las Asturias no caben en sí de gozo. Tendremos una futura Princesa de Asturias cuando la reforma constitucional anunciada se lleve a feliz término. El otrora comunista y actual presidente de Asturias se felicita por los vínculos de Asturias con la nueva descendiente. Habla, entre los tales, de un «vínculo democrático». Sin embargo, no se recuerda que esta monarquía puesta por Franco haya sido refrendada mediante un plebiscito por parte del pueblo soberano. Una pequeñez, oiga,

El presidente Zapatero también comparece alborozado, al igual que el señor Rajoy. ¡Qué bien! El líder de IU es educado y se manifiesta republicano. Llevo un tiempo preguntándome si para Llamazares cuentan más la hoz y el martillo, o la tricolor. Convendría que nos lo explicara.

A 4 días del 65.º aniversario de la muerte de Azaña, al ver tanta lisonja mediática, tanto casticismo en versión posmoderna, mi cerebro se oxigena al rememorar un discurso de don Manuel pronunciado en Valladolid el 15-11-1932 que tiene por título «Un alma patética refrenada por el decoro». Y reparen en esto que relata el líder republicano: «Atravesaba yo una villa castellana. Era un día de fiesta o de feria; la plaza estaba llena de gente. Es claro; pasa el presidente del Consejo de Ministros, y ¡qué se le va a hacer!, la gente se agolpa al coche, grita, saluda, nos cuesta trabajo abrirnos camino. ¡Ah!, pero todo eso que, agradecido, a veces es penoso, nos hace salir de la plaza, y en la esquina había un hombre magnífico, un hombre de gran estatura, atezado, seco, que debiera ser, supongo yo, curtidor, con un enorme mandil de cuero que le caía desde los hombros hasta los talones. Apenas reclinado en un poyo de piedra, me vio pasar. Yo iba de pie. Me reconoció, me dirigió una mirada de desprecio sublime y no se movió. Desde entonces tengo por ese hombre una admiración tal que digo, éste es el hombre castellano que yo quiero. Pasa el presidente del Consejo de Ministros y él está con su mandil de cuero quizá con su hambre, y con su olímpico gesto castellano dice: "Somos dos iguales". Este tipo sustancial de vuestro país es el que hay que resucitar y restaurar».

Por razones puramente estéticas, por el deseo de vivir en un país donde no exista un tono informativo de No-Do y de alabanza pelotillera hasta el bochorno, con independencia del respeto a las personas, uno echa en falta a personajes como el que describió Azaña en su discurso. Y añora también que nuestros mandamases suspiren por ciudadanos así y hagan para ello la correspondiente «pedagogía política».

El espectáculo de loa que se vivió en los informativos televisivos y radiofónicos hace añorar esto que decimos. La forma en que frivoliza el debate de asuntos democráticos, también. Y a este respecto me permito recordar que lo esencialmente democrático no es que una mujer acceda a la Jefatura del Estado por aboliciones de leyes sálicas más o menos encubiertas, sino que sea llevada a ello por unas elecciones en las que el pueblo soberano manifieste su voluntad.

Y ya que de recordatorios estamos, para terminar, pido licencia para reproducir algo que escribió un filósofo español en 1934, al que ahora reivindica la derecha y al que la izquierda lamentablemente desconoce: «Para que en España fuese posible una República coronada sería preciso sólo una cosa: volver a empezar la historia de España». Un filósofo al que le gustaba ser espectador, buscando desde su atalaya lectores cómplices e inteligentes. Un filósofo del que se cumple el cincuentenario de su muerte.

Con perdón, digo, y sin ánimo de agriar ni agrietar alegrías: ¡Viva la República!

Con perdón, y con el anhelo de vivir en un país en el que el No-Do sea -esta vez sí- historia.

*Fuente : La Nueva España, 2 de noviembre de 2005